Nos situamos en la ciudad alemana de Hamburgo en el año 1.675. En aquella epoca habia alli un comerciante llamado Hennig Brand. No era ninguna eminencia en los negocios pero, por la dote de su esposa, disponía del dinero suficiente para dedicar su tiempo al noble arte de la alquimia.
Los alquimistas buscaban «la piedra filosofal» que les permitiese convertir los metales en oro. Pero Brand fue un poco más lejos, pretendía destilar oro de la orina (debió ser por coincidir en el color y en los dos primeras letras). El caso es que se puso manos a la obra, reunió 50 cubos de orina humana y los estuvo procesando (tamizar, mezclar, disolver, calentar…) durante meses.
Después de su tratamiento, la orina se transformó en una sustancia nívea y traslucida, pero en nada parecido al oro. Desilusionado y rendido apagó la vela que iluminaba el sótano y… ¡la extraña sustancia brillaba!
Sin perder tiempo la sacó a la calle y, al exponerla al aire, rompió a arder espontáneamente. Esta sustancia era fósforo (del griego «portador de luz»
Muchos se interesaron por este nuevo material, pero la producción con el método de Brand lo hacían más caro que el oro. Se intentó, para abaratar costes, utilizar la orina de los soldados, pero tampoco era rentable. En 1.750 el sueco Carl Scheele ideó un método de fabricación más limpio (sin orina) y a precios razonables.
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